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Defensa del marxismo de José Carlos Mariátegui: Del
materialismo filosófico a la teoría del materialismo histórico
José Carlos Mariátegui's Defense of Marxism: From
Philosophical Materialism to the Theory of Historical
Materialism
Josefina Arimatea Garcia Cruz
https://orcid.org/0000-0001-5363-198X
jgarcia@une.edu.pe
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, Pe
Mónica Beatriz La Chira Loli
https://orcid.org/0000-0001-6387-1151
monica.lachira@autonoma.pe
Universidad Autónoma del Perú, Perú
María Maura Camac Tiza
https://orcid.org/0000-0001-9323-3054
mcamac@une.edu.pe
Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle, Pe
“Cuando se dice anarquía, se dice revolución” (Manuel González Prada, 1844-1918)
Resumen:
Como primera aproximación, y prestando atención sólo a sus temas filosóficos centrales,
Marx desarrolló un materialismo práctico o transformador en el que la tesis es que los
humanos se diferencian del animal común por su libertad, de la determinación del instinto
y de la producción en un mecanismo planificado y de orden social. Frente a la impotencia
del viejo materialismo, limitado por la simple importancia del mundo y una conciencia
contemplativa separada de la realidad material, era importante para José Carlos
Mariátegui encontrar una solución a estos problemas teóricamente contradictorios en el
Perú, y esto solo puede hacerse en la práctica, a través de una apretada síntesis del
materialismo histórico y sus principios esenciales, su primera experiencia concreta:
«Defensa del Marxismo», «Ideología y Política» y «Temas de Nuestra América». Y, por
tanto, no es en absoluto una tarea de conocimiento, sino una tarea de la praxis científico-
social y anatomía de la sociedad civil; que la filosofía no puede resolver. La metamorfosis
del materialismo filosófico a la teoría del materialismo histórico de Mariátegui, continua
con el propósito de Marx, producir un tipo de hombre pensante y operante, de acento
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volitivo, heroico y creador, siendo la principal convicción de este materialismo, próximo
al realismo científico moderno del nuevo mundo, génesis del nacionalismo y el hecho
nacional como «concepción materialista de la historia», promulgado primero por Engels
en 1892, siendo Mariátegui la traslación directa del análisis a la práctica política.
Palabras clave: nacionalismo, clase, humanismo, espíritu, volitivo
Abstract:
As a first approximation, and paying attention only to his central philosophical themes,
Marx developed a practical or transformative materialism, in which the thesis is that
humans differ from common animals by their freedom, the determination of instinct, and
the production within a planned mechanism of social order. In the face of the impotence
of the old materialism, limited by the simple importance of the world and a contemplative
consciousness detached from material reality, it was important for José Carlos Mariátegui
to find a solution to these theoretically contradictory problems in Peru, and this can only
be done in practice, through a tight synthesis of historical materialism and its essential
principles. His first concrete experience was with "Defense of Marxism", "Ideology and
Politics", and "Themes of Our America". Moreover, therefore, it is not at all a task of
knowledge, but a task of the scientific-social praxis and anatomy of civil society, which
philosophy cannot solve. The metamorphosis from philosophical materialism to
Mariátegui's theory of historical materialism, continues with Marx's purpose, to produce
a type of thinking and active man, with a volitional, heroic and creative accent, being the
main conviction of this materialism, close to the modern scientific realism of the new
world, the genesis of nationalism and the national fact as a "materialist conception of
history". First promulgated by Engels in 1892, Mariátegui's work represents the direct
translation of analysis into political practice.
Keywords: nationalism, class, humanism, spirit, volitional
Introducción
Marx nunca se propuso desarrollar una teoría filosófica de explicación histórica
como herramienta para implementar sus ideas políticas y revolucionarias; su obra es, en
parte, filosófica debido a sus especulaciones. No se trata de los sistemas en sí, sino del
concepto de materialismo, nacido dialécticamente como antítesis del idealismo de Hegel.
Para Croce (1914), la conexión entre estos dos conceptos le parece puramente
psicológica, ya que el hegelianismo fue el precursor del joven Marx y es natural que cada
uno de ellos incorpore nuevas ideas a viejos pensamientos, como un desarrollo, una
corrección o una antítesis, que busca reconstruir la visión histórica del pensamiento
humanista. “Pero no es el marxismo sólo una filosofía del hombre con pretensiones de
universalidad y totalidad, sino, y por esto precisamente, el marxismo incide en toda la
dimensión humana porque es también una religión del hombre” (Serrano, 1976, p. 140).
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“¿Cuántos materiales, cuántos trabajos, cálculos, siglos saqueados, cuántas
vidas heterogéneas sumadas han sido necesarios para que fuese posible ese carnaval y
se le entronizara como forma de la suprema sabiduría y triunfo de la humanidad? De
la libre coexistencia, en todos los espíritus cultos, de las ideas más desemejantes, de los
más opuestos principios de vida y de conocimiento………Es eso lo que caracteriza una
época moderna…” (Valéry, 1990, p. 137). Con base en esto, utilizando un lenguaje
bíblico, el poeta expresó así esta línea genealógica: Y este fue Kant que engendró a
Hegel, el cual engendró a Marx, el cual engendró a…” (Ídem, p. 137).
Todavía era demasiado pronto para ser cautos y no insistir en estas elipsis, tal
como llegaron a los descendientes de Marx. En cuanto a José Carlos Mariátegui, quizás
no consideró, en su momento, demasiado audaz esta forma de perfeccionar su
pensamiento: “El materialismo histórico reconoce en su origen tres fuentes: la filosofía
clásica alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés. Este es
precisamente el concepto de Lenin. Conforme a él, Kant y Hegel anteceden y originan a
Marx primero y a Lenin después, añadimos nosotros de la misma manera que el
capitalismo antecede y origina al socialismo a la atención que representes tan conspicuos
de la filosofía idealista como los italianos Croce y Gentile han dedicado al fondo
filosófico del pensamiento de Marx. No es ajena ciertamente esta afiliación evidente del
materialismo histórico, la dialéctica trascendental de Kant preludia en la historia del
pensamiento moderno, la dialéctica marxista” (Mariátegui, 1969a, p. 39).
El método dialéctico no sólo es diferente de la síntesis hegeliana, sino que también
en contraste con Hegel, el proceso de pensar que se convierte en el nombre de las ideas,
en un tema independiente, es una realidad creativa, más bien su expresión externa. Sin
embargo, esta idea no es más que el mundo material traducido y transformado por el
cerebro humano, ciertamente, fingiendo que sus críticas no se aplican, para presentar la
teoría del materialismo histórico. Historia, pero en opinión de Mariátegui, Marx nunca
supo que estaba separado, aunque el materialismo histórico y los signos deberían buscarse
en el tono dominante de su especulación y conferencia, y aquí tocamos su error básico;
su rechazo de la filosofía era una creencia mística de que todo se redujo por completo a
la investigación y a la revolución socialista que no necesitaba filósofos, sino técnicos.
En este sentido, el empeño de quienes, “condenan sumariamente al marxismo como un
simple producto del racionalismo del siglo XIX, no puede ser, pues, más precipitado y
caprichoso. El materialismo histórico no es, precisamente, el materialismo metafísico o
filosófico, ni es una filosofía de la historia, dejada atrás por el progreso científico. Marx
no tenía porque crear más que un método de interpretación histórica de la sociedad
actual” (Ídem, p. 40).
Para Mariátegui (1969), sin la doctrina del materialismo histórico, el socialismo
no podrá escapar del impasse filosófico y del viejo materialismo. Esto es inevitable
porque no entendió claramente la necesidad de establecer leyes de evolución y de
movimiento que sean más fáciles que cualquier camino idealista reaccionario. Por el
contrario, Eastman (2019) explica que el hegelianismo es un demonio que necesita
abandonar el cuerpo del marxismo, exorcizándolo para convertirlo en un hombre de
ciencia, y que el marxismo representa la transición del socialismo utópico a una religión
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socialista, un plan para unir a los creyentes, quienes automáticamente crearán una
sociedad mejor y quienes creen solo pueden seguir el camino de este Universo.
“El marxismo, donde se ha mostrado revolucionario, vale decir, donde ha sido
marxismo, no ha obedecido nunca a un determinismo pasivo y rígido” (Mariátegui,
1969a, p. 67). Marx no solo pudo proponer una política práctica y así llegar a demostrar
que el proceso en conduciría al socialismo, esto siempre se ha entendido como un
requisito previo para preparar mental e intelectualmente a los marxistas para lograr este
objetivo a través de la lucha de clases. Este “fenómeno social” en palabras de Manuel
González Prada (2021a) en su libro Anarquía–, radica en comprender o más bien dicho,
en hallar las leyes, reside toda la fuerza del hombre…..… activando la evolución,
efectuando revoluciones” (p. 87). Liebknecht dijo: “En el mundo no hay sino dos
patrias: la de los ricos y la de los pobres” (González Prada, 2016, p. 27).
Esto no es más que la ideología revolucionaria y la reacción, el determinismo
marxista de Jose Carlos Mariátegui, quien en su defensa del marxismo, aboga por la
conquista de la juventud, las sociedades y a la respuesta-reflejo sobre la “actitud frecuente
de los intelectuales que se entretienen en roer la bibliografía marxista, es la de exagerar
interesadamente el determinismo de Marx” (Mariátegui, 1969a, p. 65).
“Tenemos ahora una abundante filosofía de la reacción; pero para su tranquilo
florecimiento ha sido necesaria, previamente, la reacción misma” (Ídem, p. 135). La
génesis y el fin de las sociedades dependen de un determinismo inflexible, similar a la
germinación de una semilla, en el que la voluntad del sujeto, individuo u hombre, puede
modificarse o resultar efectiva para crear “fuerzas sociales”, como enunciaron Engels y
González Prada. “Por un lado, Mariátegui buscaba construir nuevos modelos de gestión
a fin de democratizar el acceso a los objetos culturales y, por otro, sostenía que un
verdadero cambio social no era posible sin una verdadera transformación en los hábitos
heredados, en la sensibilidad y en los imaginarios sociales” (Vich y Mariátegui, 2023,
p. 62).
Para Mariátegui, este imaginario social “anuncia y prepara la literatura y la
ideología, el arte y pensamientos nuevos……… dentro de lo natural y conveniente
variedad de temperamentos y personalidades, el mismo íntimo acento sentimental, se
cumple un fenómeno espiritual….” (Mariátegui, 1969b, p. 166). Este fenómeno nacional
(Perú) no es espiritualmente distinto ni separado del fenómeno global de 1789 y 1919
(revolución rusa y francesa), “de él recibe su fermento y su impulso” (Ídem, p. 167). Nace
entonces la propaganda y crítica socialista en el Perú de 1919, tenemos el deber de
reivindicar, como historiógrafos, las grandes jornadas del proletariado nacional. La de
Mayo de 1919 es una de ellas. Nuestro joven y estimado compañero, debuta con acierto
al elegirla para su primer ensayo de historiografía de la lucha de clases en el Perú”
(Martínez de la Torre, 1919, como se citó en Mariátegui, 1969b, p. 183).
Para los autores, el materialismo socialista contiene en todas las posibilidades
de ascenso espiritual, moral y filosófico en los campos del tiempo, la historia y la
dialéctica; en fin, el socialismo está profundamente arraigado en la tradición americana
de la cuestión social o la lucha de clases, debido a que de él dependerá el tipo de
reivindicación revolucionaria que surja de las clases oprimidas” (Harnecker, 1972, p.
9).
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“Reconocida la insuficiencia de la política para realizar el bien mayor del
individuo, las controversias y luchas sobre formas de gobierno y gobernantes, quedan
relegadas a segundo término, mejor dicho, desaparecen. Subsiste la cuestión social, la
magna cuestión que los proletarios resolverán por el único medio eficaz la revolución.
No esa revolución local que derriba presidentes o zares y convierte una República en
monarquía o una autocracia en gobierno representativo; sino la revolución mundial, la
que borra fronteras, suprime nacionalidades y llama la Humanidad a la posesión…”
(González Prada, 2021b, p. 44).
En términos de Revolución, esta definición consolida intelectualmente la difusión
de los principios del materialismo histórico como una función embrionaria del
pensamiento: “El intelectual necesita apoyarse, en su especulación, en una creencia, en
un principio que haga de él un factor de la historia del progreso. Es entonces cuando su
potencia de creación puede trabajar con la máxima libertad consentida por su tiempo”
(Mariátegui, 1969a, p. 13).
En síntesis, las biografías de Marx, Lenin y otros mil oponentes del socialismo no
pueden ser envidiadas por su belleza moral, por su plena afirmación de valentía o por la
historiografía de héroes como Sorel, que anteriormente actuaron espiritual o
religiosamente, en el sentido clásico de la palabra. El objetivo de este ensayo es analizar
el problema moral, espiritual, filosófico y político del materialismo histórico de Marx,
desde la concepción y la práctica de la defensa de José Carlos Mariátegui, como base del
conocimiento y del criterio de la verdad.
La filosofía moderna y el marxismo
Para Henri de Man (1939), el marxismo surgió en una era en la que el dominio
del conocimiento intelectual, iniciado por el humanismo y la reforma, alcanzó su punto
máximo mediante el método racional. Y expone que “Marx hizo una síntesis psicológica
del pensamiento filosófico de su época” (p. 307). La teoría y la política de Marx
ciertamente se basaron en la ciencia, no en el cientificismo, el marxismo descubrió la
realidad natural, histórica y lógica de las contradicciones; y al mismo tiempo, trae
conciencia sobre el mundo moderno en el que las contradicciones son tan obvias. Para
Lefebvre (1961), el mundo moderno caerá inevitablemente en el absurdo si no situamos
la teoría de las contradicciones y su superación en el centro de nuestros intereses. El
marxismo surgió en la historia estrechamente asociada con la forma, y la actividad
humana ha arrojado luz sobre la lucha entre el hombre y la naturaleza, es decir, la vasta
industria moderna con todos los problemas que de ella se derivan.
Hegel volvió al concepto filosófico de alienación, pero Marx le dio un significado
dialéctico, racional y positivo. Este es el aspecto filosófico más importante del marxismo,
poco comprendido pese a su popularidad. El pensamiento categorial del marxismo se
mueve siempre por parejas. Como en Hegel, vemos que cada categoría se opone a otra,
teniendo una relación de causalidad con una tercera que pertenece a otra pareja. Así, la
pareja categorial Burguesía-Proletariado forma un grupo
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con la pareja Capitalismo-Socialismo (Henri de Man, 1939, p. 30). En teoría, la
entidad moral y el ser gramatical, en esencia denominado «sociedad», han sido revestidos
de atribuciones que sólo tienen existencia (Marx, 1970).
El mérito histórico de Marx es que, en este sentido, el proletariado no sólo dio al
movimiento una conciencia de su naturaleza de la que antes carecía, sino que también
creó el concepto mismo de espíritu revolucionario en la sociedad industrial moderna.
Marx sólo podía imaginar o proponer una política práctica y, por lo tanto, fue más allá al
mostrar que el proceso económico capitalista en sí, cuanto más plena y vigorosamente se
llevara a cabo, conduciría al socialismo; pero siempre entendió que la preparación
espiritual e intelectual del proletariado para lograrlo mediante la lucha de clases era la
condición para el nuevo orden.
Para Tilgher (1978), antes de Marx, el mundo moderno había llegado a un punto
en el que parecía que ninguna doctrina política o social podía contradecir la historia y la
ciencia. El declive de las religiones se debe claramente a su distancia cada vez mayor
respecto de la experiencia histórica y científica. Y sería absurdo exigir que un concepto
político sumamente moderno en todos sus elementos, como el socialismo, sea indiferente
a este orden de consideraciones.
“Todos los hombres reconocen el derecho a la revolución, esto es, el derecho a
rechazar la obediencia, y resistirse al gobierno cuando es tirano o su ineficiencia es
grande e intolerable” (Thoreau, 2021, p. 21). Según estas necesidades, la filosofía,
independientemente de sus intenciones, se considera dependiente de cambios históricos
en la estructura desde la perspectiva desde la cual debe surgir una nueva filosofía
auténtica. “Sin embargo, la inautenticidad, quiérase o no, sigue presente en cuanto es
enfocada con una lógica formal, de enfrentamiento y no de absorción. No se niega la
filosofía de la dependencia dentro de una lógica como la de Hegel y Marx, una lógica
dialéctica, reconstruyendo la filosofía mediante una negación asimiladora. Por el
contrario se intenta, una y otra vez, partir de una nada que no existe” (Zea, 2014, p. 287).
Aunque en diferentes épocas, tomando la idea de la filosofía liberadora de
Leopoldo Zea, Mariátegui abogaba por formar conciencia de clase, esta es su ideología y
política, que se transfigura en solidaridad con todas las reivindicaciones fundamentales
de clase, entre la revolución y la disciplina. El espíritu revolucionario es constructivo. “Y
se traduce, además, en disciplina. No hay solidaridad sin disciplina. Ninguna gran obra
humana es posible sin la mancomunidad llevada hasta el sacrificio de los hombres que
la intentan” (Mariátegui, 1969b, p. 115).
He aquí la evidencia y necesidad de absorber la ética y socialismo del Marxismo
moderno, de cara a la era post Mariátegui, un ejemplo histórico, la sublevación militar del
17 de julio de 1936 en España: “Las vivencias y creencias de las izquierdas eran muy
distintas, porque jamás habían pensado en hacer la guerra sino en llevar a cabo la
revolución liberal, marxista o ácrata y fueron sorprendidas por la guerra” (Cardona,
2003, p. 45). “Esto es precisamente lo que hace la realidad: las relaciones sociales, las
relaciones de poder y las tendencias de evolución que se expresan en esa realidad no son
en momento alguno lo que eran en el precedente; todo ello se halla sometido a una
transformación constante que es el hecho de todo desenvolvimiento” (Henri de Man,
1939, p. 324).
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De hecho, cuando Mariátegui escribió En defensa del marxismo (1928), cuatro
años antes se publicó Principios del leninismo (1924), se podría hablar de esa tendencia
de evolución de Henri de Man y coincide con la filosofía de la praxis de Gramsci en Il
nostro Marx de 1918-1919 que supo definir el rasgo sustancial de la doctrina marxista
permanentemente abierta a lo nuevo o lo que es para Frondizi el marxismo como
humanismo; comparten entonces para la época una atmósfera político-cultural. Para
Cospito (2016), constituirían el punto de apoyo de la glosa gramsciana del materialismo
histórico e intelecto análogo de Mariátegui para la formación de voluntades colectivas
permanentes.
Sin embargo, fue el intento de preservar el rigor del concepto de marxismo como
ideología abierta, en el que Mariátegui proponía la protesta como un movimiento interno
y necesario de la ortodoxia, y Gramsci exploraba las alternativas contenidas en las ideas
dominantes como un pensamiento autosuficiente. Tales propuestas sólo podían
entenderse dentro del nuevo espacio en el que se estaba desarrollando el marxismo, que
incluía una reacción ante el urgente castigo dogmático que comenzó a invadir el horizonte
marxista a finales de 1920.
En la historia de los hombres, escrita no sólo fuera del campo marxista, sino
también participando en el debate general contra él, “Marx y la Revolución Francesa”
(1986) de Furet, se propuso llegar a un acuerdo sobre cuestiones políticas y teóricas, al
igual que Mariátegui. Ambos pretenden mostrar las dificultades y supuestas
contradicciones que Marx pudo haber descubierto para comprender la revolución y el
proceso histórico que surgió con ella en un enfoque dinámico de la fuerza del capitalismo;
así como la lucha de clases que influyeron en los cambios sociopolíticos en Perú de 1919
y Francia de 1879, épocas de revolución, donde las relaciones de producción fueron la
base material de la sociedad. Sin embargo, en la praxis marxista de los hombres existe la
tendencia irresistible a espiritualizar esta base material, porque el materialismo histórico
“surgió de la necesidad de darse cuenta de una determinada configuración social, no ya
de un propósito de investigación de los factores de la vida histórica; y se formó en la
cabeza de políticos y revolucionarios…” (Croce, 1914, como se citó en Mariátegui,
1969a, p. 41).
Los hombres somos quienes somos porque, en las condiciones de nuestra
civilización, somos entidades, producto de análisis ontológicos, psicológicos y
fenomenológicos, que resuelven problemas comunes del materialismo filosófico,
apoyados en el historicismo y en visiones prácticas del ideal del Estado político, sistema,
convivencia y existencia social. “Marx está vivo en la lucha que por la realización del
socialismo libran, en el mundo, innumerables muchedumbres, animadas por su doctrina.
La suerte de las teorías científicas o filosóficas, que él usó, superándolas y
trascendiéndolas, como elementos de su trabajo teórico, no compromete en lo absoluto
la validez y la vigencia de su idea” (Mariátegui, 1969a, p. 41).
El idealismo materialista
El materialismo dialéctico histórico ofrece primero una crítica de los sistemas
éticos del pasado y luego una orientación teórica y práctica para la creación de una nueva
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ética. En cierto sentido, los sistemas morales del pasado, reconstruidos por los
historiadores, expresaban ciertas e inevitables condiciones de existencia en el espíritu
histórico. Aunque las condiciones de implementación del poder humano no son dadas ni
inalcanzables, el poder humano sobre la naturaleza sigue siendo limitado (Lefebvre,
1961). El marxismo no es simplicista ni ortodoxo, como lo plantea Henri de Man, quien
pretendió espiritualizarlo. Sin embargo, Mariátegui afirma que “yo mismo he hecho su
experiencia en las primeras etapas de mi indagación del fenómeno revolucionario…”.
Pero, aun sin avanzar prácticamente en esta indagación, basta meditar en la naturaleza
de los elementos de que ese juicio se contenta, para advertir su nulidad” (Mariátegui,
1969a, p. 101).
“La primera proposición falsa en esta meditación es la de suponer que una
concepción materialista del universo no sea apta para producir grandes valores
espirituales…..La historia contradice, con innumerables testimonios, este arbitrario
concepto” (Ídem, p. 103). En Mariátegui, la obra filosófica soviética en sus declaraciones
y objetivos tocó los límites contemporáneos del racionalismo y el espiritualismo, si los
objetivos del racionalismo y el espiritualismo tienen significado socialista para mejorar y
realzar la vida del nuevo proletariado urbano, partiendo de la experiencia de Trotsky
(1962): “La revolución se ha distinguido siempre por su falta de urbanidad;
seguramente, porque las clases dominantes no se han preocupado a su tiempo de enseñar
buenas maneras al pueblo” (p. 120).
A este respecto, Heidegger buscó satisfacer la necesidad de una cosmovisión
superlógica mediante Hegel y su concepto historizado del espíritu, en oposición a Marx.
El término alude a las preocupaciones teológicas de Heidegger y, además, a su deseo de
pensar filosóficamente la relación entre lo absoluto y la historia (Capelle-Dumont, 2012).
En Kant, lo absoluto es una exigencia de la razón humana en un doble sentido:
incondicional, no objeto de percepción objetiva, y al servicio de ideas trascendentales.
Kant conduce a una visión de armonía entre naturaleza y cultura que, si bien expresa sus
propios puntos de vista, que pueden haber sido los del idealismo alemán, no dista mucho
de la expresada por Rousseau en su estudio más sistemático, partiendo de la afirmación
de que uno debe elegir entre la formación del hombre y del ciudadano (Kant, 1978;
Burgelin, 1974).
En La ciencia de la gica, Hegel adopta una postura profundamente crítica
hacia el concepto kantiano de las cosas en mismas. Lenin señala que en esta obra, la
más idealista de todas las obras de Hegel, “… Hay menos idealismo y más materialismo
que en ninguna otra…” (Lenin, 1979, p. 227). Si bien es cierto que, a pesar de los
esfuerzos de Kant por superar las deficiencias del racionalismo metafísico y del
materialismo mecanicista moderno, su idealismo crítico fue incapaz de superar estas
limitaciones. Las objeciones de Hegel al subjetivismo y agnosticismo de Kant también
son correctas, y, plantea un profundo desafío al idealismo como idealismo en general para
la sociedad. En el centro de la cuestión de la lucha de clases está la postura consciente,
activa y autocrítica del proletariado, tema expresado por Luxemburgo (2008): “La
función de fuerza motriz revolucionaria fue asumida desde el primer momento por las
masas del proletariado urbano, pero sus reivindicaciones no se agotaban en los confines
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de la democracia política, sino que apuntaban a las cuestiones candentes de la política
internacional: la paz inmediata” (p. 28).
En este contexto, Mariátegui (1969a) expresa que “Las clases que se han sucedido
en el dominio de la sociedad, han disfrazado siempre sus móviles materiales con una
mitología que abonaba el idealismo de su conducta. Como el socialismo, consecuente
con sus premisas filosóficas, renuncia a este instrumento anacrónico, todas las
supersticiones espiritualistas se amotinan contra él, en un cónclave de fariseísmo
universal….” (p. 105). En definitiva, para Mariátegui la filosofía idealista histórica es la
filosofía de una sociedad libre. Mientras tanto, para los marxistas peruanos, una nueva
generación de socialistas comenzaba a escribir sus autobiografías, el mito de una nueva
sensibilidad, “que en el orden social e ideológico prefiere llamarse nuevo espíritu”
(Ídem, p. 111).
Con el nacimiento de una corriente socialista y la aparición de una conciencia de
clase en el proletariado urbano, interviene ahora en el debate un factor nuevo que modifica
sustancialmente los términos del materialismo filosófico y abre el telón para la razón y
emancipación de Karl Marx, “La historia de todas las sociedades anteriores a la nuestra
es una historia de lucha de clases” (Marx y Engels, 2023, p. 315). Se puede decir que,
en 1844, Marx era, temáticamente, un Marx completo, un revolucionario. Contenía lo que
Lenin denominó las “fuentes y partes” del marxismo. Esta es la energía transformadora
de la sociedad moderna, el principal motor filosófico que impulsa su estructura (Sacristán
et al., 2020). Marx fue pionero en este tipo de acción y pensamiento, luego nacieron,
Lenin, Trotsky, Bukharin y Lunacharsky en Rusia, Arcó en Argentina, Gramsci en Italia
y Mariátegui en Perú, quienes fueron filósofos de la teoría y la práctica, es decir, de la
literatura y la revolución, entre ellas la más sobresaliente, Trotsky (1962): “Sólo desde la
cúspide de la teoría podemos abrazar con la mirada esta lucha y comprenderlas
exactamente” (p. 183) y Aricó (1980) inspirado en el fenómeno marxista de América
Latina: “…El hecho mismo de que podamos hablar sin grandes riesgos del marxismo en
pero que nos resulte extremadamente complicado tratar de definir en qué consiste si
aceptamos su existencia el marxismo de América Latina no es otra cosa que una
expresión gramatical de una dificultad histórica real. Internarnos en el problemático
terreno de la “perplejidad” marxiana no significa por esto un estéril ejercicio de
erudición filológica, sino una tentativa probablemente fructífera por sus implicancias
teóricas y políticas de alcanzar una definición s articulada de los contornos precisos
de la problemática. Y a partir de ésta resultará posible reconstruir de una manera nueva
toda la historia del socialismo latinoamericano …”. (Aricó, 2009, p. 84)
En relación con eso, Mariátegui (1969a) reafirma en el Perú, la ética y el
socialismo marxista: “No son nuevos los reproches al marxismo por su supuesta anti-
eticidad, por sus móviles materialistas, por el sarcasmo con que Marx y Engels tratan en
sus páginas polémicas la moral burguesa” (p. 55). El idealismo materialista de
Mariátegui se sustenta en las raíces hegelianas del pensamiento de Marx, lo que nos lleva
de inmediato a pensar en la idealidad y la absolutidad de la moral en el sentido filosófico,
como condición necesaria del socialismo. En definitiva, “…si el propio Mariátegui se
concebía a mismo como un combatiente, es decir, como un político práctico, es en el
sitio teóricamente privilegiado de su práctica política, allí donde se conjuga pensamiento
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y acción, donde debemos buscar el real significado de su conciencia crítica de la
sociedad, el sentido fundante de la unidad de sus propuestas…” (Aricó, 2020, p. 299)
El determinismo marxista y la sustancia revolucionaria
Es un requisito de la corriente marxista que las ideologías tengan un grado
suficiente de supervivencia y respuesta activa a las circunstancias sociales que las
condicionasen, esto significa, una cierta autonomía en relación con las estructuras de base.
En ese marco, Stalin (1947) describe que las nuevas ideas y teorías sociales surgen solo
cuando el desarrollo de la vida material de la sociedad establece nuevas tareas en misma
y, es porque son necesarias para la sociedad; porque sin su esencia transformadora sería
imposible vislumbrar el desarrollo de la vida material de la sociedad.
El marxismo dialéctico, a partir de Engels como ontología marxista, tomó como
punto de partida la unidad con el universo entero. Y no hay duda de que, para Hegel, el
espíritu es el punto de partida, pero como vocación; la dialéctica es la misma que su
historia. Para los marxistas, por otra parte, lo que más importa es que la materia es
indispensable en la acción, y la dialéctica, “.... así se aplique a la historia de las especies
o a la evolución de las sociedades humanas, no es, sino el reconocimiento del devenir
parcial de uno de los modos de esa realidad” (Sartre, 1946, p. 20). Los análisis
deterministas de la historia se basan en una comprensión parcial del marxismo clásico de
las etapas del desarrollo histórico, como se expresa en el «Prólogo a la Contribución a la
Economía Política» (Tanoni, 2019).
“El acto revolucionario nos obliga, pues, a trascender en la unidad de una
síntesis la oposición entre el materialismo que puede dar cuenta de la disgregación de
una sociedad, pero no de la construcción de otra y el idealismo, que confiere al hecho
una existencia de derecho” (Sartre, 1946, p. 55).
La filosofía revolucionaria, superior tanto al pensamiento idealista, que es liberal
y ortodoxo, como al mito materialista, puede haber satisfecho alguna vez a las masas
oprimidas, al pretender ser la filosofía del pueblo en general. Y esto es muy natural; si
fuera cierto, sería universal. La confusión del materialismo es que pretende ser tan rápido
como la ideología de clase para afirmar ser una expresión de la verdad absoluta. Pero la
sustancia revolucionaria, cuando fue engendrada por la lucha de clases (determinismo
histórico y/o marxismo), tenía una posición privilegiada; ensalzar a la sociedad y requerir
la unidad de grupos étnicos, de clases, en definitiva, la emancipación de todas las clases
y nutrir las acciones del levantamiento contra la opresión, para transfigurarse en la
metafísica de las personas libres (el paso del materialismo filosófico a la teoría del
materialismo histórico).
La sustancia revolucionaria requiere que las masas tomen su libre destino y a
plenitud. Marx no podía concebir ni proponer sino una política realista… Antes que
Marx, el mundo moderno había arribado ya a un momento en que ninguna doctrina
política y social podía aparecer en contradicción con la historia y la ciencia”
(Mariátegui, 1969a, p. 67). He aquí a Mariátegui, considerado el primer marxista de
América Latina, que, manifiesta en sustancia, “la adopción de un neo-revisionismo, la
crítica idealista que reivindica la acción de la voluntad y el espíritu” (Ídem, p. 66). Para
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Mariátegui, este revisionismo marca el determinismo marxista, aprovechando la posición
de la intelectualidad liberal para exagerar, de manera interesada, el determinismo de
Marx.
“Los revisionistas substituyeron la dialéctica, es decir, la doctrina sobre el
desarrollo a base de las contradicciones internas y de los saltos, por un vulgar
evolucionismo que concibe el movimiento como un simple proceso de aumento, como una
evolución lenta y gradual (Rosental y Ludin, 1960, p. 443). En este punto, al determinar
teóricamente la conciencia proletaria a partir de las condiciones materiales, esta no
debería variar según el significado limitado de la lucha de clases, sino, por el contrario,
en función de la situación política abierta (Luxemburgo, 1915). En consecuencia al
fenómeno social del determinismo, Mariátegui (2023) expone: El concepto difuso y
urgente de que el mundo entraba en un ciclo nuevo, despertaba en los jóvenes la ambición
de cumplir una función heroica y de realizar una obra histórica” (p. 131), esto con base
en la ideología y reivindicaciones de la reforma universitaria en Córdoba, Argentina;
suscitado entre 1926 y 1927 y, el autor afirma: “El proceso de la agitación universitaria
en la Argentina, el Uruguay, Chile, Perú, etc., acusa el mismo origen y el mismo impulso.
La chispa de la agitación es casi siempre un incidente secundario; pero la fuerza que la
propaga y la dirige viene de ese estado de ánimo, de esa corriente de ideas que se designa
no sin riesgo de equívoco con el nombre de nuevo espíritu” (Ídem, p. 131).
Es lógico que la nueva generación sienta estos temas con una intensidad y pasión
desconocidas para las generaciones anteriores. Y si bien las opiniones de las generaciones
anteriores, de acuerdo con el ritmo de su época, eran evolutivas y pasivas, las de la nueva
generación son espontáneamente revolucionarias. Este es el materialismo, instrumento de
acción, de verdad y de orden pragmático, como expresión de las necesidades y tareas de
clase, se convierte en una perspectiva, es decir, una fuerza motriz, cuya realidad objetiva
se mide por el poder de su acción, la sustancia revolucionaria: el método. El método es la
fuerza absoluta, única, suprema, objetiva e infinita a la que ningún objeto puede resistir;
es la tendencia de la mente a buscarse y reconocerse en todo (Hegel, 1816, como se citó
en Friedrich y Pajuelo, 2023).
¿Pueden existir decisiones volitivas cuya esencia no se expresa de ninguna forma,
sino que solo se manifiesta? La revista “Amauta” trata sobre Mariátegui en el campo
intelectual: “En el Perú se siente desde hace algún tiempo una corriente, cada día más
vigorosa y definida, de renovación. A los feautores de esta renovación se les llama
vanguardistas, socialistas, revolucionarios, etc. La historia no los ha bautizado
definitivamente todavía. Existen entre ellos algunas discrepancias formales, algunas
diferencias psicológicas. Pero por encima de lo que los diferencia, todos estos espíritus
ponen lo que los aproxima y mancomuna: su voluntad de crear un Perú nuevo dentro del
mundo nuevo. La inteligencia, la coordinación de los más volitivos de estos elementos,
progresan gradualmente. El movimiento intelectual y espiritual adquiere poco a pocos
organicidad. Con la aparición de “Amauta” entra en una fase de definición” (Editorial
de “Amauta”, 1926, como se citó en Mariátegui, 1969b, p. 237). La expresión pura,
simple como tal, en su separación y anatomía de su esencia, y, además, en la medida en
que es capaz de manifestarse y revelarse, está determinada de manera arbitraria, variable
y, por tanto, necesaria como es y como resultado, el determinismo marxista y la sustancia
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revolucionaria. En Fichte (1808), como se ci en Fichte (2013), esta esencia se
manifiesta en la verdadera filosofía: “Lo que en verdad eres interiormente, externamente
a tu vista y no serías nunca capaz de ver otra cosa” (p. 312). A primera vista, toda
decisión volitiva aparece como primero, de ninguna manera como segundo y
consecuencia de un primero, como su fundamento…o la esencia misma entra
manifestándose en esta manifestación de una decisión volitiva….” (p. 313).
Y estas constantes influencias del volitivo, el espíritu y la madurez política de las
masas para Bukharin (2021), suele tener su vanguardia, formada por sus miembros más
conscientes de clase y que constituyen los partidos políticos que compiten por el dominio
de la sociedad. Normalmente, la clase dominante, las clases oprimidas y las clases medias
tienen cada una su propio partido. Dado que dentro de cada clase existen diversos grupos,
es obvio que una clase puede tener varios partidos, aunque el más permanente y
fundamental de sus intereses sólo pueda expresarse en un partido, según el determinismo
marxista y la sustancia revolucionaria. En resumen, la defensa del marxismo que hace
Mariátegui afirma que los límites y funciones del determinismo marxista han sido
establecidos desde hace mucho tiempo como una táctica socialista: “El carácter
voluntarista del socialismo no es, en verdad, menos evidente, aunque menos
entretenido por la crítica, que su fondo determinista” (Mariátegui, 1969, p. 69).
Conclusión
La novedad del marxismo, desarrollado por Mariátegui y que sigue de cerca
diversas realidades, radica precisamente en que es un pensamiento o concepción integral
del hombre. La metáfora, aunque abiertamente marxista, también explora áreas en las que
Marx estuvo ausente: el depósito de esbozos significativos sobre el papel del mundo
colonial oprimido en el proceso de liberación social. Esta transición del materialismo
filosófico a la teoría del materialismo histórico del nuevo mundo, consistió en desarrollar
las bases del socialismo pluricultural. “La reelaboración del marxismo que lleva a cabo
Mariátegui ha hecho que sea calificado con frecuencia como marxista heterodoxo”
(Ruíz, 2015, p. 255). La característica del marxismo de Mariátegui es que lo entendió no
como una ciencia ni como un sistema cerrado de ideas, sino como un método de
explicación histórica de la dimensión humana. Esto presupone el rechazo de toda
interpretación del marxismo como materialismo dialéctico y como filosofía de la historia.
Mariátegui entiende el marxismo como una teoría abierta de la relación entre teoría,
práctica e identidad suprahistórica.
El carácter latente y parcial de la producción filosófica de Marx fue compensado
por los escritos de Mariátegui, superando toda la ética, la metafísica y estética en la
interpretación materialista y relativismo cultural de América Latina, es decir, en la
defensa del marxismo, función ética del socialismo, moral y alma revolucionaria
constructiva, germen del pensamiento con un instrumental dogmático que responde más
allá del marxismo. “Una sola cosa vale -decía Ibsen-: revolucionar las almas” (González
Prada, 2021a, p. 22).
Bibliografía
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