Revista del Mar Caribe, Vol. 1, Núm. 1, julio-diciembre, Año 2025, ISSN (en trámite)
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La innovación en el modo en que resolvemos nuestras necesidades como región ha
sido una constante en el discurso de reivindicación de la soberanía latinoamericana desde la
aparición de los primeros movimientos de independencia. Sin embargo, qué tanto pernean
los discursos en los movimientos y entidades institucionales que configuran los órdenes
políticos, económicos y socioculturales en la región es un debate abierto, pues existe una
tendencia en Latinoamérica a incorporar los criterios hegemónicos del eurocentrismo,
replicando modelos, metodologías y conceptos de hegemonías capitalistas:
“En la perspectiva de construir una cosmovisión, esquemas,
narrativas y constructos de pensamiento para la comprensión de los seres
humanos y del mundo, del universo, en fin, los europeos constituyeron y, por
adhesión, fuerza bruta, coerción o convencimiento, se impusieron o
conformaron al mundo a su imagen y semejanza. En la mitología, en la
cosmología, en la filosofía, en la teología, en la organización de instituciones
– el estado, las escuelas, las iglesias, las universidades -, fueron pioneros,
desarrollando, a su modo, un proceso civilizatorio impuesto por la fuerza del
argumento y/o por el argumento de la fuerza.” (Bianchetti, 2016,. p. 27).
Desde esta línea de pensamiento, es difícil encontrar discursos hegemónicos en la
discusión sobre las unidades curriculares que resulten auténticamente nuestros, alineados con
nuestra identidad, sino reproducciones del eurocentrismo, como acota Bianchetti:
El currículo como unidad de validación
Según Gimeno (2010) y según su diagrama de la configuración curricular, para ello
se necesitaba una herramienta que sirviese como filtro para que, de entre todos los
conocimientos existentes, se seleccionasen los más relevantes, se enseñasen y evaluasen en
plazos definidos de tiempo y se establecieran metodologías de fácil transmisión y
retransmisión:
“Al ordenar el currículum se regula a la vez el contenido (lo que se
enseña y sobre lo que se aprende), se distribuyen los tiempos de enseñar y
aprender, se separa lo que será el contenido que se considera debe quedar
dentro de él y lo que serán los contenidos externos y hasta extraños. También
se delimitan los territorios de las asignaturas y especialidades, siendo
marcadas las referencias para componer el currículum y dirigir la práctica
de su desarrollo. Todo ello en su conjunto se constituirá en el estándar
respecto del cual se juzgará lo que se considerará el éxito y el fracaso, lo
normal y lo anormal, lo satisfactoria o insatisfactoria que es la institución
escolar, quiénes cumplen y quiénes no lo hacen.” (Gimeno, 2010, p. 24).
Es interesante acotar la visión de Sacristán sobre el currículo como estándar de
validación. El currículo, en su unidad, no solo constituye un criterio para la selección de